Acabo de hacer el vicio de la soledad, la pequeña muerte viene a mí sin la imagen de la mañana real, con el pensamiento lleno de reproducciones utópicas y gritos contenidos de la semana que terminó, siento ese silencio en mis oídos, mis ojos se cierran para percibir los últimos espasmos, me siento bien, me siento, me siento vacía, así, nada más que llena de nada, con esta sensación de arrepentimiento y saciedad...
Es domingo y me siento sola, al lado de la ventana, un poco cansada para comenzar un día muerto.
El ambiente olía a piel, a sexo, a saliva cubriendo los labios, el cuello ... solo hoy no está, todas las mañanas son mías, del amante en soledad.
Me gusta llegar a las 4:00 a.m después del calor de la noche en algún bar y esperar el alba, cómo un gato ansioso por el calor del primer rayo del sol, qué frío, qué ebriedad y de qué manera despierta la ciudad, con mis sábanas frías.
Tengo sed, siento como si hubiera besado al demonio, en medio de sueños - Sabor a cenizas y hierbas sin vida - después de dormir tres horas en posiciones extrañas sobre una alfombra, junto al gato, al perro, a la pared, esa pared.
Hago mi día, cualquier día, menos los domingos, esos están muertos; llegas a la puerta tan puntual, tan predecible y todo ya preparado, los lunes desaforados, como un animal hambriento de las carnes que tanto le han saciado, solo amantes, solo dos cuerpos que se aman por lapsos cortos como orgasmos, te vas y somos desconocidos una vez más.
Los viernes son tan interesantes como dormir sin sueño, solo con la excusa de guardar energía para una noche desenfrenada. Ni que decir de los sábados, desastrosos, con el aliento del último trago, con la conciencia entumecida, casi llegan esas mañanas como cansancio físico y poca imaginación, gastados, fatigados, revolcados como en un juego extraño de caricias pesadas y torpes intentos de complacer lo básico.
Al cabo de un tiempo me cansé y lo cubrí todo con una gruesa capa de olvido...
En mi concepto una pareja perfecta -¿perfecta para que?- él con ella y ella conmigo, el de unos cuarenta y pico bien vividos y ella con unos veintidós igual que yo, era su mujer, mi vecina y amor, él no dudaría en separarse, ella lo quería, pero a mí me amaba, y desde este lado de la pared, esa pared; por este agujero que nadie nunca supo que existió, husmeó esa pasión que ella no me entregaba a mí, porque todo era diferente entre nosotras, porque el amor de dos mujeres siempre es diferente, y yo saciaba mi deseo ... pensando en el momento de la invitación a su pasión.
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- De un diario de cualquier persona.